Allá por Julio, Martín se encontraba sentado en uno de los tantos bancos de Parque Lezama. Contemplaba el eterno cielo gris que lo rodeaba. Se quedo largo rato hasta que la lluvia toco su corto cabello. Era hora de irse. Camino hasta retiro y allí se detuvo. Entro al Korova empapado y el Ruso Ibranovich, dueño del bar, le dijo:
_¿Pero qué haces pibe? ¿Otra vez te quedaste cantando bajo la lluvia? Veni, sentate. ¿Lo de siempre? –Martín asintió, mientras se sacaba su vieja y rasgada campera de cuero- El cantinero sirvió un café al coñac.
_¿Como estas pibe? Hace rato no pasabas por acá. –Dijo el-
_Estuve de viaje. Con el Bocha tuvimos que ir al sur, a buscar unos embarques para la estancia.
_¿El Bocha Tangliacca? ¿Estas laburando con ese atorrante? Tene cuidado pibe, no es buena junta.
_Quédate tranquilo Ruso, solo es un compañero de laburo.
_Mejor así pibe, hacerme caso que yo a ese lo tengo junadisimo. Y decime ¿A qué parte del sur te fuiste?
_Estuvimos en Río negro –Dijo Martín, y se tomo el café de un gran trago-
_¿Mucho frio che? Seguro que te fuiste con ese trapo viejo que tenes como campera, y te el frio de calo hasta los dientes jajá.
_Atrás del camión tanto frío no hace, pero allá, laburar era una locura. El frío te corta la cara.
_Me imagino, me imagino. Pero no hay como el frío de Rusia, allá pibe, ni la mejor botella de vodka te salva. Y decime che, alguna noticia de Marlett? Digo, ya que anduviste por el sur… -Para Martín las palabras “Noticia” “Marlett” “Sur” quedaron suspendidas en el aire-
_No, ninguna. –Se levanto, agarro su campera y antes se salir dijo:- Anótamelo Ruso-
La lluvia seguía pegando fuerte y Martín encaro para su departamento, mañana le esperaba un día largo en el trabajo.
Ya acostado, las preguntas cotidianas atacaban su razón sin cesar. “¿Dónde estará? ¿Cuándo vendrá? ¿Volveré a verla algún día?” y entre tanto interrogante, se durmió. Ya para las siete el Bocha le golpeaba la puerta –Dale dormilón, despertarte que partimo´- Desde adentro se escucho un casi inentendible – Ya va che-. Vestido y listo, salió a encontrarse con Tangliacca. Pasaron por el Korova para un café al paso y siguieron camino hacia “Bertotti transportes”. Fichado el horario, agarraron el manuscrito que estaba en la oficia de Rubén y se subieron al camión. El destino era Bariloche… Al cabo de una semana y media, Martín volvió para Buenos Aires, que parecía más desierta que nunca. Camino a la pensión, y con el sueldo en mano, paso por el bar del Ruso a pagar lo que debía. Tomo algo fuerte y siguió con paso tranquilo. Entro a la pensión, saludo a Doña Coca que desde que murió Don Ángel era la dueña del lugar, tomo unos mates amargos con ella y fue para su cuarto. Antes de entrar, Doña Coca grito –Martín, me olvide de darte esto- En la mano sostenía una carta de sobre amarillo. El corazón de Martín se detuvo. Conocía ese color. Sin perder la calma, se acerco hasta Doña Martina, examino la carta y con voz algo seca dijo gracias. Cerró la puerta, se sentó en la cama y abrió la carta:
(18 de julio – 1955)
“Martín, estoy de vuelta en Buenos Aires. Pronto tendrás noticias mías. “
Marlett
El corazón de Martin latia a ritmo incontrolable. Una gota de sudor frio le corría por la frente. Ella estaba de vuelta y pronto tendría noticias. Los ojos se le pusieron como dos grandes estrellas. Pronto la iba a volver a ver, o al menos eso esperaba él. Salió del cuarto, rumbo a la cocina. Quería preguntarle a Doña Coca cuando había llegado la carta y si había visto quien la traía. Esta le comento que la carta la había traído una muchacha no muy alta, de pelo negro como por los hombros, muy arreglada, hacia no más de tres días. Martín se quedo helado. Quien le había traído la carta fue la misma Marlett…
La semana paso sin ningún dato relevante. Martín tenia franco hasta el próximo trabajo, que eso podía ser dentro de unos días o semanas… Ansiaba saber más de Marlett. Ansiaba verla. Ansiaba decirle cuanto la extrañaba. Martin siempre me decía que él era feliz tan solo viéndola. Me acuerdo que iba todas las mañanas al Korova simplemente para verla a ella. Su timidez le impedía hablarle. Pero cierta vez el destino y Él se pusieron de acuerdo, y ella termino tomando un café en la misma donde se encontraba sentado Martín…
By Guille Abal.
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